Una mecedora de rama y viento...
Y sobre ella, catorce jilgueros que dejaban empapar sus diminutos cuerpos de sol mientras atardecía, un invierno que ya presagiaba el candor primaveral. Acunaba el aire la rama y ellos bailaban esa danza milenaria de despedida al rey (fuente de vida), tras el frío, pasado el aguacero, en las últimas horas, antes del tiempo oscuro, del momento del sueño y de la luna...
Se balanceaban, jugaban, piaban inquietos, se mecían al vaivén de la brisa, columpiándose ruidosos al capricho de la fuerza del viento...