En esta obra se entrecruzan dos historias de marinos españoles, que en épocas distintas visitan, por muy diferentes razones, un minúsculo atolón de las islas Kiribati, antigua posesión británica conocida como Islas Gilbert, lugar que fue escenario de sangrientos combates durante la Segunda Guerra Mundial.
Una de ellas es la del Capitán Uribe, que consigue a duras penas llegar a la playa del atolón, siendo el único superviviente de un barco mercante español hundido por un submarino japonés. Una vez a salvo, tendrá que subsistir como un náufrago hasta que por azar se verá inmerso en la vorágine bélica de la contienda, viéndose obligado a luchar tanto para defender su propia vida como para vengar la muerte de sus compañeros.
La segunda historia es la de un joven Capitán español, que decide desembarcarse del barco en el que estaba enrolado para disfrutar de unas cortas vacaciones, practicando su deporte favorito que es la pesca de altura. La casualidad le llevará al mismo atolón al que llegó, año atrás el Capitán Uribe.
Una vez allí, el azar le vinculará con los descendientes del Capitán Uribe y despertará en él, el interés en conocer todos los detalles de su vida, de las escaramuzas bélicas en que se vio envuelto, de como consiguió la nacionalidad estadounidense y el averiguar el motivo por el que no regresó nunca más a España y las razones por las que los habitantes de Kiribati erigieron un mausoleo en su honor, en el que reposan sus restos, siendo aún muy venerados por la actual población.
Atolón es una novela extensa y algo tediosa, pero cuya temática prometía ser apasionante, al menos para los que amamos la literatura bélica. La batalla de Tarawa en la Segunda Guerra Mundial fue un anuncio para los estadounidenses de lo que les iba a esperar en cada una de las islas del Pacífico. Si bien -como en el resto de las islas- los japoneses fueron exterminados sin piedad, allí Estados Unidos sufrió numerosas pérdidas humanas y de material, debido a dicho factor de sorpresa inaugural. Pues bien: en las 530 páginas del libro la batalla de Tarawa ocupa la mitad de una sola de aquellas. Sí, media página por todo concepto. El resto es una interminable descripción de las actividades cotidianas del capitán José Uribe y sus peripecias al servicio de la armada de Estados Unidos. Escrupulosas descripciones de almuerzos y cenas, donde todo es "opíparo", "sabroso" y "abundante" se suceden sin solución de continuidad. Nos hace recordar a la literatura de los períodos de hambre generalizada, como el Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita (circa 1343) o de Juanita la Larga de Juan Valera (1895), en los cuales cada comida se describe con morosidad extasiada. Al Capitán Uribe TODO le sale fantásticamente bien, de punta a punta de la novela, a partir de su naufragio inicial. Todo es "conveniente", "apropiado", "magnífico", "superlativo", etc. Y esto va desde pescar abundante comida usando como único anzuelo un cerrojo de estuche, hasta entrevistarse con las más altas autoridades de la armada estadounidense, que en plena Guerra del Pacífico no parecen tener otra cosa en la cabeza sino seguir con admiración las peripecias de su pequeño remolcador. La novela remonta mucho en las últimas cincuenta páginas, donde el autor encuentra un estilo más conciso y revelador. Facundo Cano (Buenos Aires)
Atolón es una novela extensa y algo tediosa, pero cuya temática prometía ser apasionante, al menos para los que amamos la literatura bélica. La batalla de Tarawa en la Segunda Guerra Mundial fue un anuncio para los estadounidenses de lo que les iba a esperar en cada una de las islas del Pacífico. Si bien -como en el resto de las islas- los japoneses fueron exterminados sin piedad, allí Estados Unidos sufrió numerosas pérdidas humanas y de material, debido a dicho factor de sorpresa inaugural. Pues bien: en las 530 páginas del libro la batalla de Tarawa ocupa la mitad de una sola de aquellas. Sí, media página por todo concepto. El resto es una interminable descripción de las actividades cotidianas del capitán José Uribe y sus peripecias al servicio de la armada de Estados Unidos. Escrupulosas descripciones de almuerzos y cenas, donde todo es "opíparo", "sabroso" y "abundante" se suceden sin solución de continuidad. Nos hace recordar a la literatura de los períodos de hambre generalizada, como el Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita (circa 1343) o de Juanita la Larga de Juan Valera (1895), en los cuales cada comida se describe con morosidad extasiada. Al Capitán Uribe TODO le sale fantásticamente bien, de punta a punta de la novela, a partir de su naufragio inicial. Todo es "conveniente", "apropiado", "magnífico", "superlativo", etc. Y esto va desde pescar abundante comida usando como único anzuelo un cerrojo de estuche, hasta entrevistarse con las más altas autoridades de la armada estadounidense, que en plena Guerra del Pacífico no parecen tener otra cosa en la cabeza sino seguir con admiración las peripecias de su pequeño remolcador. La novela remonta mucho en las últimas cincuenta páginas, donde el autor encuentra un estilo más conciso y revelador. Facundo Cano (Buenos Aires)