Hay lugares ante los cuales el hombre ha experimentado durante milenios temor y espanto: montañas, océanos, bosques, desiertos, volcanes. Inhóspitos, hostiles, desolados, evocan la muerte, humillan con su amplitud, amenazan con su poder. Sin embargo, desde el principio del siglo XVIII empiezan a ser percibidos como "sublimes", dotados de una belleza intensa y seductora. Esta radical inversión del gusto implica un nuevo modo de forjar la individualidad gracias al desafío lanzado a la naturaleza. De este enfrentamiento brota un inesperado placer mezclado con terror que, por un lado, refuerza la idea de la superioridad del hombre sobre el universo y, por otro, contribuye a hacerle descubrir la voluptuosidad de perderse en el todo. Después de haber tocado el cénit, las teorías y la sensación de lo sublime conocen un eclipse al invertirse el equilibrio de fuerzas: cuando la humanidad occidental cree haber empezado a derrotar a la naturaleza desvelando sus secretos y sojuzgando sus energías. Lo sublime se traslada entonces de la naturaleza a la historia y de la historia a la política. Aunque los avances de la técnica han hecho actualmente patética o criminal la lucha contra una naturaleza ofendida y herida, los inmensos espacios siderales parecen abrir nuevas fronteras de lo sublime. ¿Qué relación tenemos hoy con una naturaleza domesticada sólo en una pequeña parte? ¿Cómo puede lo sublime seguir cumpliendo su función de salvarnos del embotamiento intelectual y de la torpeza emotiva? Este libro fascinante por su lucidez, rigor y amenidad, responde a estas preguntas a través de una topografía de los territorios de lo sublime y de una aguda interpretación de sus metamorfosis históricas y teóricas.