El mandato divino expresado en el Corán ha llevado a los creyentes musulmanes durante más de catorce siglos a emprender un viaje peligrosísimo e incierto, que podía llegar a durar años, abandonando su familia y hacienda y sin tener la certeza de poder regresar. Y este peregrinaje se llevó a cabo desde sus inicios mediante caravanas compuestas por miles de peregrinos y dromedarios que cruzaban los desiertos de Arabia hasta llegar a su destino: la ciudad santa de La Meca. La experiencia no era únicamente religiosa pues, dada la diversidad de gentes y etnias, cada una con sus costumbres y lenguas, en convivencia obligada a lo largo de mucho tiempo hasta llegar a su destino, proporcionaba a los peregrinos unas vivencias que recordarían el resto de su vida. Los asaltos a las caravanas, los timos y los robos eran comunes; el hambre, la sed, la incertidumbre ante lo desconocido, la climatología adversa, las terribles epidemias, todo se arrostraba para cumplir con el precepto. A partir del siglo XIII, a la caravana que partía desde El Cairo se añadió un palanquín, el Mahmal, que, montado sobre un camello e