Mucha gente cree que el turismo es una industria sin chimeneas, esto es, sin apenas impactos ambientales. Pero lo cierto es que la generalización y masificación de la actividad turística está provocando grandes problemas tanto de carácter ambiental como de afección social a las sociedades del Sur que reciben a los visitantes.
La conquista del ocio lejano
Es el viaje y no el destino lo que acaba siendo una fuente de prodigio, afirmó en el Siglo XIV el incansable Marco Polo. Sin duda, desconociendo entonces las connotaciones que aquella frase tendría siete siglos después, como leitmotiv de toda una industria globalizada del turismo de masas.
La génesis de esta industria se remonta a la Revolución Industrial, aunque es a partir de los Acuerdos de Bretton Woods en 1944 cuando comienza un fuerte proceso expansivo y de crecimiento exponencial. Con su liberalización, desde mediados de los años 70, el turismo internacional fue configurándose como uno de los precursores de la globalización económica.
En los albores del siglo XXI, en un mundo caracterizado por el movimiento, el turismo se convirtió en la industria más poderosa del planeta, por delante de la automoción, el petróleo, la electrónica y la alimentación, y el primer renglón en el comercio internacional. A su vez, representa la actividad de más crecimiento y que mayor cantidad de empleos genera de la economía mundial. El factor tecnológico y la energía barata han contribuido a una disminución de los tiempos, los espacios y los costes: más rápido, más lejos, y también más barato.
Si se observa la evolución de los desplazamientos internacionales de personas desde la segunda mitad del siglo XX, los datos son elocuentes: 20 millones en los años de posguerra; 200 millones en 1975; 426,5 millones en 1989; 920 millones en 2008.